Project Description
Casa de Estrella de Elola
El centro ocupacional de minusválidos fue en tiempos una de tantas casas solariegas que jalonaban la trama urbana valdemoreña desde 1800 y hasta bien entrada la centuria pasada. Aunque se desconoce la fecha exacta de su construcción parece que data de finales del siglo XVIII y que fue Estrella de Elola, una de los múltiples titulares que tuvo la finca hasta pasar a formar parte del patrimonio municipal, la que le dejó la huella de su nombre. El mismo con el que el consistorio decidió rebautizar la calle Grande para homenajear a la insigne dama que gozó de gran reconocimiento en la sociedad valdemoreña en las décadas de los años veinte y treinta del siglo pasado. Reconvertido el edificio en centro ocupacional de minusválidos primero y centro de día después ha conservado intacta su exquisita estructura arquitectónica.
Texto completo publicado en el libro Edificios que son historia
Esposa de Fernando Osorio Elola, ministro plenipotenciario destinado en Montevideo, El Cairo, Lima, Sucre, Quito, Estocolomo, Shangai, Berlín, La Haya y otras muchas ciudades a lo largo y ancho de cuatro continentes, Estrella Elola Folgueira hizo su aparición en Valdemoro en torno a 1920. Habían sido muchos años de viajes, recorriendo el mundo, acompañando siempre a su marido a cuantos destinos le llevaba el desempeño de su cargo; así que para cuando el 3 de abril de 1922 le llega el momento de la jubilación ya habían adquirido una casa solariega en el número 9 de la calle Grande de Valdemoro a modo de segunda residencia. El precio de la compraventa ascendió a 23.500 pesetas.
Bernardo Frau
Con domicilio habitual en la madrileña calle de Jorge Juan, parece que la principal razón que llevó al matrimonio a elegir Valdemoro sin duda fue el hecho de que Estrella, huérfana desde muy niña, había sido prohijada por sus tíos, Ana de Elola y de las Heras, hermana de su padre y su esposo Bernardo Frau y Mesa, quienes no habían tenido descendencia. Frau, senador por Castellón de la Plana y diputado en Cortes era un veraneante asiduo del pueblo, donde era propietario de una finca heredada de sus padres, en la calle Infantas número 4. Bernardo era hijo de Ramón Frau y Armendáriz, barcelonés, médico, miembro de la Real Academia de Medicina de Cataluña (1831) catedrático de Medicina y Cirugía en la Universidad Central de Madrid, socio del Ateneo Científico y Literario (1849) y un magnífco y reconocido profesional y de María Ana de Mesa y Nieto, y habían invertido parte de su renta en Valdemoro, en la finca que luego transmitirían a su descendiente el 28 de septiembre de 1843 y a la que, con mucha habilidad fue anexionando otros inmuebles: una casa en el número 3 de la misma calle, adquirida el 10 de julio de 1896, otra frente al número 2 de la plaza de la Sierra (actual plaza de Nuestra Señora del Rosario), escriturada el 10 de octubre de 1897 y otra en la calle de la Fábrica (actual General Dabán), anexada a la primera, comprada el 20 de febrero de 1892, entre otros bienes raíces dispersos por el casco urbano. Era famoso entre el vecindario, en torno a 1895, por el lujoso carruaje con el que paseaba por las calles y plazas valdemoreñas para vigilar su patrimonio.
De su nombradía da cuenta el hecho de que el 25 de agosto de 1897 apareciera un artículo sobre su persona en La Crónica de los Carabancheles y los pueblos del partido judicial de Getafe en el que, a modo de ecos de sociedad, se da cuenta de su desposorio con la “linajuda señora Marquesa de Bajamar”, justo el pasaporte que precisaba para convertirse en integrante de la aristocracia. Se había casado el 21 de agosto de 1896, en segundas nupcias, con Matilde Lasquetty y Castro, condesa de Casa Lasquetty, viuda, a su vez, de Antonio Benito de Porlier y Miñano, marqués de Bajamar.
Así que cuando Frau falleció en 1910 era uno de los más distinguidos personajes que daban lustre y notoriedad a la población valdemoreña de la época.
Un referente social
Fuera cual fuese la razón, lo cierto es que Estrella de Elola y su esposo eligieron Valdemoro como centro de recreo y vacaciones y pronto se convirtieron, especialmente ella, en figuras clave y referentes de la vida social del municipio, más aún de lo que lo había sido su pariente.
Su proverbial generosidad le hizo ganarse pronto el respeto y aprecio de los lugareños. De familia adinerada, repartía por doquier limosnas y donativos e incluso contribuía con su patrimonio a engrandecer las fiestas patronales en honor del Santísimo Cristo de la Salud.
En definitiva, ya fuera desde la caridad cristiana, ya desde sus aportaciones en pro de las celebraciones populares, su integración en la sociedad valdemoreña fue pronto un hecho.
Una calle para Estrella de Elola
El reconocimiento público no tardó en llegar. Las autoridades municipales quisieron pronto poner de manifiesto la gratitud del pueblo ante el altruismo de la señora y así fue como en una sesión plenaria celebrada el 25 de octubre de 1932 se planteó la posibilidad de poner el nombre de Estrella de Elola a una de las calles de la localidad. La primera propuesta fue la de la Vera Cruz (actual San Nicolás) y la siguiente la de la calle Grande. Finalmente, tal y como se refleja en el acta del Pleno (amv), se adoptó el siguiente acuerdo: “aplazar este asunto hasta consultar con la señora de Elola por si su modestia rehusara figurar su nombre en rotulación de una u otra calle o elija cual de las dos es más de su agrado”.
La voluntad popular acabó de un plumazo con la polémica y la modestia de la agasajada nunca hizo acto de presencia. En la sesión plenaria del primero de noviembre se dio cuenta de una instancia fechada el 28 de octubre y presentada por “un gran número de vecinos” en la que solicitan “la variación del nombre a la calle Grande”, acordándose por unanimidad su sustitución por la de Estrella de Elola. El objetivo también queda claro en el acta de la jornada: “patentizar el agradecimiento del vecindario y Corporación municipal hacia dicha señora por su afecto por Valdemoro, demostrado con los constantes y valiosos donativos que viene haciendo en favor de los necesitados y sin trabajo de esta vecindad”. Y desde entonces hasta hoy.
El panteón del obelisco
Su marido, Fernando Osorio y Elola, ése con el que tantos viajes y experiencias había compartido, no pudo sin embargo disfrutar del momento ya que había fallecido dos años antes, precisamente durante una de sus estancias en Valdemoro. Dado que no habían tenido descendencia, Estrella de Elola se convirtió en su heredera universal y, por tanto, en única titular de la finca del número 9 de la calle que luego llevaría su nombre.
Hasta el final de sus días esta adinerada dama siguió realizando prácticas caritativas de las que resultaban especialmente beneficiados los vecinos de Valdemoro donde, según parece, empezó a pasar cada vez más tiempo hasta casi fijar su residencia en la localidad.
Su óbito, sin embargo, se produjo en Madrid el 9 de febrero de 1940, aunque sus restos fueron trasladados al cementerio parroquial de Valdemoro, donde reposan junto a los de su esposo en el panteón familiar de los Frau, en el que destaca un llamativo obelisco.
Su sobrina, Carolina Elola y Osorio fue declarada su heredera universal.
Los primeros titulares
Pero los Osorio-Elola no fueron, ni mucho menos, los primeros titulares de esta finca. Aunque se desconoce el momento exacto de su construcción, en el Registro de la Propiedad de Valdemoro figuran algunos asientos desde mediados del siglo xix y, de hecho, la adquisición de la casa por parte del matrimonio (probablemente en 1921) es la octava inscripción.
En la primera de ellas -realizada en el Registro de Getafe el 8 de octubre de 1880- queda constancia de que el conde de Lerena y sus hermanos fueron los dueños del inmueble hasta que lo vendieron a Sebastián González Naudín.
Éste adquirió la finca a pesar de que aún estaba gravada por un censo (hipoteca) de 5.460 reales que sobre ella había impuesto Manuel del Burgo a favor de la memoria de Bautista Jiménez, fundada en la parroquia de Valdemoro.
A la muerte de González Naudín y dado que no había otorgado testamento, fue su yerno, Ricardo Becerra y Bell, quien reclamó la casa como herencia para su esposa, María González Naudín, que finalmente fue declarada heredera y vendió la finca en torno a 1885 a Filiberto de Zea y Mahy por 40.000 pesetas. Una operación por la que se embolsó 38.635 pesetas, después de que quedara liquidado el censo que pesaba sobre la vivienda.
Durante trece años fue Zea y Mahy su titular, antes de que en febrero de 1889 la transfiriera a Pablo Soler y Soler, por un importe escriturado en 40.000 pesetas.
Soler, comendador de número de la Real Orden de Isabel la Católica y procurador del Colegio de Madrid, falleció sólo ocho meses después. Fueron sus herederos, su esposa, Magdalena Guardiola, y sus hijos, Magdalena y Pablo Soler Guardiola, quienes vendieron la finca a Estrella de Elola y su esposo.
Ya en 1880, en la primera inscripción del edificio que figura en el Registro de la Propiedad de Valdemoro, se describe la finca urbana del siguiente modo: “casa sita en Valdemoro, calle Grande número 11, su fachada principal tiene 83 pies de línea, 95 las medianerías a la parte de poniente, oriente y lado del jardín y 83 por el testero. Lindante a la derecha, entrando, con la plazuela que hay entre la dicha calle y la casa que fue de los jesuitas, por la izquierda con casa de los señores de Cesáreo Piquenque y otra de Pío Benito, por la espalda con calle de Vera Cruz, a la que tiene puerta falsa y por adelante, mirando al Mediodía, con dicha calle Grande”.
Por entonces, la casa estaba compuesta de varias habitaciones en piso bajo y alto, contaba con cueva y tenía dos patios, dos pozos de aguas limpias, jardín y corrales. Todo ello sobre una superficie de 3.939 metros cuadrados. Era, sin duda, uno de los caserones más emblemáticos del Valdemoro decimonónico y así seguiría siendo hasta bien entrada la siguiente centuria.
Una casa dividida
Carolina Elola y Osorio, sobrina y única heredera de Estrella de Elola, se deshizo en seguida de los bienes inmuebles que le había legado su tía. En diciembre de 1941, cuando aún no habían transcurrido dos años de su fallecimiento, vende la vivienda a dos vecinos de Ciempozuelos que, a su vez, la traspasaron en 1944 a los hermanos Pérez Poyo.
Sus herederos fueron precisamente los responsables de la primera gran reforma que se llevó a cabo en el edificio, hacia los años sesenta del siglo pasado.
La propiedad recaía en esa época sobre Purificación Poyo Rodríguez y Julio Pérez Poyo, quienes transformaron la estructura de la casa al dividirla en dos plantas independientes. Los 773 metros cuadrados de la planta baja, que incluían el patio, fueron adjudicados a Julio, mientras que Purificación se quedó con la parte alta, de 690 metros cuadrados y 60 decímetros cuadrados y sin patio.
A la muerte de ésta y tras diversas vicisitudes testamentarias, fue Pérez Poyo quien resultó legatario del primer piso de una casa que fue tasada en 1.500.000 pesetas de la época, una valoración que, seguro, se incrementaría tres años después cuando, en 1965, se construyó una piscina en la finca.
De casa señorial a Patrimonio Municipal
Fueron sus últimos tiempos como gran edificio residencial. El uso empresarial primero e industrial después le hicieron perder ya en los años setenta ese porte de mansión señorial que siempre había tenido.
Y es que los Pérez Poyo montaron primero una tintorería que luego cerraron para abrir una fábrica de vallas metálicas en la parte de la finca que antaño había sido el jardín en el que los Elola Osorio disfrutaban de la brisa nocturna en las noches de verano.
La manufactura de alambradas se trasladó a la cuesta de Valderremata donde aún hoy continúa su actividad y en febrero de 1990 la finca fue vendida a Edificios Omega s.a., que construyó un bloque de pisos en la parte de la parcela sobre la que se levantaba el establecimiento fabril. El resto, es decir, el antiguo caserón en el que Estrella de Elola se convirtió en bienhechora de los valdemoreños más desfavorecidos, tenía demasiada historia para ser reconvertido en un edificio de viviendas; así que Omega la cede gratuitamente al Ayuntamiento para que pase a formar parte del patrimonio municipal a finales de los ochenta, aunque no es hasta el año 1994 cuando se formaliza la escritura pública.
Una restauración conservadora
Desde el momento mismo de su adquisición, el consistorio tiene clara la finalidad que va a dar a tan singular edificio: un centro ocupacional de minusválidos.
La rehabilitación la llevaron a cabo una veintena de desempleados del municipio, reconvertidos en alumnos de una casa de oficios de albañilería, promovida por el Ayuntamiento en colaboración con el Instituto Nacional de Empleo (inem). Daban así sus primeros pasos en un sector laboral con tanto futuro como es la restauración de inmuebles, para abrirse camino en un mercado de trabajo que hasta ese momento les había estado vedado.
Aun realizando unas tareas de recuperación y acondicionamiento bastante conservadoras, diseñadas por los Servicios Técnicos Municipales, las obras le supusieron a las arcas del consistorio un desembolso de más de 100 millones de pesetas. El antiguo caserón mantuvo a grandes rasgos su estructura aunque, eso sí, con las transformaciones necesarias para dotarle de la funcionalidad que precisa un centro orientado a la formación de personas con algún tipo de discapacidad física o psíquica.
Entonces, como ahora, el edificio contaba con una superficie próxima a los 1.600 metros cuadrados repartidos en dos plantas -distribuidas en torno a un patio central- de las que la baja, la misma que años atrás le había correspondido a Julio Pérez Poyo, sería la que albergase el centro ocupacional.
Con el fin de sacar el máximo partido a estas instalaciones de carácter social se cubrió el patio central con una bóveda translúcida, de manera que se pudiera hacer uso de este espacio tanto en invierno como en verano.
Por lo demás y dado el buen estado de la carpintería de puertas y ventanas, se optó por conservar las existentes.
Entre las innovaciones derivadas de las obras de acondicionamiento, destaca la eliminación de barreras arquitectónicas y la instalación de un ascensor para facilitar el acceso a la primera planta.
Finalizados los trabajos de rehabilitación, el centro ocupacional de minusválidos abrió sus puertas el 23 de mayo de 1991, con varios espacios destinados a talleres en la planta baja, una sala de exposiciones en el patio cubierto y una cocina para enseñar a los alumnos a realizar las tareas domésticas básicas.
La primera planta se destinó al taller de Fotografía de la upv, además de otras salas para usos múltiples.
Más que un servicio
Con su apertura, el centro ocupacional de minusválidos llenó un importante hueco existente en la atención al colectivo de personas con discapacidad. Cuando empezó su andadura en mayo de 1991 lo hizo con 25 alumnos. Actualmente 35 personas acuden diariamente al centro para recibir una formación que tiene como objetivo prioritario la integración de este sector de la población en el mercado de trabajo.
Desde principios de los noventa hasta hoy han pasado por él un nutrido grupo de personas que con su tesón, su esfuerzo y sus ganas de aprender han conseguido que el sobrenombre de minusválidos no vaya con ellos.
Instruidos por un cualificado grupo de entusiastas profesionales, han convertido estas instalaciones municipales en un referente social de Valdemoro. De sus talleres han salido pañuelos de seda pintados a mano, alfombras, cerámica, marcos de fotos, cestas de mimbre y un largo etcétera de objetos que se han hecho imprescindibles entre los regalos que los valdemoreños adquieren cada año en su mercadillo navideño.
El centro ocupacional de minusválidos es un espacio vital y creativo en el que la evolución personal es una constante.
Centro de día
Desde el 27 de octubre de 2000 comparte las instalaciones con el primer centro de día para mayores que se abrió en Valdemoro, tras la realización de unas obras que permitieron redistribuir los espacios para evitar interferencias entre las dos prestaciones que tienen en el centro su punto de referencia. Con los cambios, que también supusieron el traslado del taller de Fotografía a otras instalaciones municipales, la planta baja se quedó como sede del servicio geriátrico, mientras que las dependencias del centro ocupacional se desplazaron al primer piso.
El caso es que desde que Estrella de Elola se instalara en el edificio, a caballo entre los siglos xix y xx, el antiguo caserón parece haber quedado impregnado del espíritu filantrópico de la dama. Aunque, eso sí, con el paso de los años y la evolución de las ideas y la sociedad, ha quedado desprovisto del afán caritativo que inspiraba a la de Elola para quedar tamizado por el filtro del estado de bienestar, que empezó a tomar cuerpo en Valdemoro a finales de los años ochenta del siglo xx.