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El Juncarejo

El Juncarejo 2020-06-16T11:20:59+00:00

Project Description

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El Juncarejo

La finca del Juncarejo, que actualmente alberga el colegio Marqués de Vallejo, cuyo alumnado está compuesto básicamente por niñas y niños de familias vinculadas a la Guardia Civil, existe en Valdemoro desde al menos 1613, año en que está datada la primera referencia a esta parcela. Parece que durante años fue una finca de recreo de las familias Correa y Aguado, de rancia raigambre valdemoreña, que luego adquirieron los marqueses de Gaviria. Sin embargo, el germen de lo que es hoy día se encuentra en 1878, fecha en que su entonces propietario, el marqués de Vallejo, cede graciosamente a la benemérita gran parte de sus propiedades en Valdemoro. La institución que fundara el duque de Ahumada decide entonces transformar la finca en un colegio y residencia para huérfanas de guardias civiles fallecidos en acto de servicio, al que bautizó con el nombre de su benefactor. Desde entonces hasta hoy se ha mantenido como prioritaria la labor formativa de su alumnado, ahora mixto. La evolución de la tarea educativa en el centro ha ocasionado transformaciones en el edificio aunque sin hacerle perder su característico aspecto externo, que ha permanecido prácticamente inalterado desde 1885 en que fue construido.

Texto completo publicado en el libro Edificios que son historia

Un libro de acuerdos de 1613 que se conserva en el Archivo Municipal de Valdemoro contiene la primera referencia escrita -muy vaga, eso sí- a esta parcela ubicada al sur del municipio, entre los paseos del Juncarejo y el camino de las Salinas: “Se acuerda plantar una hilera de álamos negros hasta El Juncarejo”. Aunque tangencialmente, dicha mención en las actas municipales es un reconocimiento explícito de la existencia de la finca a comienzos del siglo xvii.

Un hermoso jardín

En los 300 años siguientes ningún documento hace referencia al Juncarejo hasta que, ya en 1914, Pedro García Sánchez, un descendiente lejano de los linajes Correa y Aguado, estrechamente relacionados con la historia del municipio, se encargó de sentar acta -en su obra Testamento y memorias de Antonio Correa- de lo que una vez fue un apacible espacio verde diseñado para solaz y esparcimiento de sus moradores. García Sánchez describe el Juncarejo como un “hermoso jardín” -propiedad de José Aguado Correa, quien fundara en 1712 la fábrica de paños finos de Valdemoro- que se comunicaba con la casa solariega de su propietario a través de una bóveda. Bóveda que, probablemente, fuera uno de los últimos vestigios de un viaje de agua (construcción de origen árabe por la que se conducía el líquido elemento desde los manantiales subterráneos a los núcleos de población).
Asimismo, García Sánchez menciona en dicha obra un cuadro en el que aparecen retratados sus tíos sobre el fondo del jardín del Juncarejo, “junto al estanque grande, donde caen los caños, y junto a la bóveda”. Es la única constancia escrita que queda del que, según estos indicios, parecía ser un vergel en el que la importancia del agua pone de manifiesto ciertas resonancias árabes.

En manos de la casa de gaviria

Aunque se desconocen las circunstancias por las que la finca cambió de manos, lo cierto es que hacia el último tercio del siglo xix, los titulares del Juncarejo son los marqueses de Gaviria, quienes contribuyeron al engrandecimiento y mejora de la finca.
En este sentido el doctor Anastasio de la Calle, en su Memoria médico topográfica de la villa de Valdemoro (1890) afirma que la casa de Gaviria: “con grandes dispendios, había conseguido al Sur y extramuros de Valdemoro un espacioso y bonito jardín conocido por el Juncarejo, que surtido de buenas y abundantes aguas, pronto con su frondosidad, armonía y limpieza, se convertía en paseo delicioso y recreo de las mejores familias, con especialidad en primavera y verano”.
Los Gaviria eran también los propietarios del ya por entonces derruido convento del Carmen, amén de varias y valiosas fincas rústicas repartidas por todo el término municipal de Valdemoro. Buena parte de todas estas posesiones fueron adquiridas por el marqués de Vallejo en una fecha que el padre Rosendo Castañares, en su Breve noticia de la casa de Valdemoro (1928), sitúa en 1877.
Probablemente de esa época date la que aún hoy el alumnado y el personal del colegio conocen como la casa del marqués. Es una discreta y sobria construcción de dos plantas y portada neorrenacentista con piezas almohadilladas, de mediados del xix que, según parece, fue utilizada como residencia de recreo por el marqués de Vallejo y, quizá, también por los Gaviria.
Aunque la vivienda actualmente está muy restaurada, conserva balcones de hierro forjado y una plataforma con pinos -en su lado norte- que seguramente fue un jardín más íntimo, al que se accedía por un paseo de cipreses desde el vergel de recreo del colegio.

El altruista marqués de vallejo

Lo cierto es que desde el mismo instante en que pasó a engrosar el patrimonio del marqués de Vallejo, éste se propuso cederlo con fines altruistas. Primero, según el padre Castañares, se lo ofreció gratuitamente a la congregación de los padres paúles, ofrenda que amablemente rehusó el entonces visitador provincial, padre Maller.
Superada la decepción inicial, el noble benefactor siguió firme en su propósito de realizar una donación caritativa y solidaria que, finalmente, favoreció a la Guardia Civil. Más predispuesta que los paúles a recibir los favores del marqués de Vallejo, se hizo cargo en 1878 del convento del Carmen -ya en ruinas- y de la finca del Juncarejo. Tomó posesión de este patrimonio el entonces director general de la benemérita, Fernando Cotoner y Chacón, marqués de la Cenia, mediante escritura otorgada ante el notario de Madrid Hilario Carrillo.
El objetivo era construir un asilo para huérfanas del cuerpo puesto que, hasta ese momento, sólo recibían protección y cobijo en un colegio de beneficencia de Aranjuez cuyas plazas empezaban a resultar insuficientes.
Aún hoy sigue sin estar muy claro el motivo que llevó a la benemérita a erigirlo en un lugar alejado del casco urbano, al Sur y extramuros de Valdemoro, teniendo como tenía a su disposición el solar de los carmelitas en pleno centro del pueblo.

Real primera piedra

Pero todavía hubieron de transcurrir dos años hasta que el proyecto se puso definitivamente en marcha. Ni siquiera faltó el impulso real. El 19 de junio de 1880 el rey Alfonso xii hizo acto de presencia en el municipio, según la crónica de Román Baíllo, “acompañado por su augusta esposa doña María Cristina […] y sus hermanas las infantas doña María de la Paz y doña Eulalia, con el objeto de asistir a la solemne ceremonia de colocar la primera piedra para la construcción del edificio Asilo de las huérfanas de la Guardia Civil, destinado a la educación de las hijas huérfanas de los jefes, oficiales, ó individuos de dicho benemérito Cuerpo” (Valdemoro, 1891).
Asimismo, Baíllo describe unas calles de Valdemoro abarrotadas de vecinos ansiosos por contemplar el paso de la comitiva real que se dirigió, en primer lugar, a la iglesia parroquial para asistir a un solemne tedeum. Posteriormente se trasladaron al Juncarejo, donde se había decidido que la parte más elevada de la parcela era el lugar idóneo para erigir la residencia. Allí y con todo el boato inherente a la presencia real se procedió a firmar el acta de colocación de primera piedra, en un acto no muy diferente de otros similares que tienen lugar en pleno siglo xxi.
La mencionada acta, que fue firmada por el monarca y todos los integrantes de la familia real presentes en la ceremonia, fue enterrada bajo la primera piedra junto a otros objetos: “un ejemplar de La Gaceta del día […], un Boletín Oficial, varios acuerdos de las Juntas celebradas para la constitución de la Sociedad [y] monedas con el busto de s.m.”.
Según narra Román Baíllo, el evento quedó deslucido por la pertinaz lluvia que descargó sobre Valdemoro durante toda la jornada, empañando todos los actos y, muy especialmente, el desfile final. La visita real concluyó con un recorrido por las dependencias del colegio de guardias jóvenes Duque de Ahumada.

El edificio y la finca

Poco más de un lustro después de ese majestuoso día, el 19 de noviembre de 1885 se procedía a la inauguración oficial del colegio Marqués de Vallejo, que recibió este nombre en claro homenaje al generoso noble que cedió los terrenos para su construcción. No hubo en esta ocasión presencia real, puesto que Alfonso xii moriría sólo seis días después.
Las crónicas del doctor Anastasio de la Calle y el propio Román Baíllo no ahorran adjetivos a la hora de describir el edificio, erigido por suscripción voluntaria de todos los miembros del cuerpo y proyectado por el arquitecto provincial, Bruno Fernández de los Ronderos: “sólido, elegante, de moderna construcción” para uno, “grande” y hasta “suntuoso” para el otro, ambos coinciden en que no le faltaba de nada. La planta baja se reservó para el área educativa, con amplias salas de clases magníficamente equipadas, aseos, comedor y lo que en la época se denominaba habitación de baño. La zona residencial se ubicaba en la primera planta por la que se distribuían los espaciosos, bien ventilados e iluminados dormitorios. La cocina, el office, la alacena y otras dependencias de servicio se encontraban en el sótano. Todo ello amueblado, en palabras del doctor De la Calle, “con una decencia que a algún escrupuloso pudiera parecer elegancia”.
Mención especial merece la capilla. Sus obras de construcción fueron sufragadas por el marqués de Vallejo y, a petición suya, está dedicada a la advocación del patriarca San José, en memoria de uno de sus vástagos, Manuel José, que había fallecido tiempo atrás. El oratorio forma, a decir de Baíllo, “un crucero de brazos iguales” y cuenta con tres altares, cada uno de los cuales alberga una imagen: San José, la Purísima y San Vicente de Paúl.
Todo ello sobre una propiedad cuya extensión supera las 11 hectáreas. Según el catastro de rústica de 1909 (amv) son 113.700 metros cuadrados de superficie de los que el 85% estaba destinado a espacio de recreo, mientras que el resto se repartía entre una alameda, una pequeña parcela en la que se cultivaba el cereal y un terreno para pastos. Destacaba en la finca el estanque -referido ya por Pedro García Sánchez- al que se accedía a través de una umbrosa bóveda vegetal y que se ubicaba en la parte trasera del edificio principal. Estaba rodeado por una barandilla de hierro, tenía tres gruesos caños y fue utilizado durante los dos primeros tercios del siglo xx como piscina por las huérfanas y las familias de los guardias.
En torno a esta zona fueron construyéndose después una serie de edificaciones de servicio tales como lavaderos, vaquerías y almacenes que, ya en los últimos años de la pasada centuria fueron sustituidos por edificios perimetrales, un patio de recreo y una piscina.

Las primeras residentes

Según parece, la llegada de las primeras residentes no se hizo esperar. Tras la inauguración, el Juncarejo comenzó a albergar a las que Baíllo dio en llamar “huérfanas desvalidas”, cuya atención y cuidados recayeron en las Hijas de la Caridad, mientras que los gastos de manutención, como ya ocurriera con la construcción del colegio, los financiaban los miembros de la benemérita con aportaciones económicas voluntarias.
El primer curso escolar, que se inició el mismo año 1885, comenzó con 40 alumnas -la primera interna admitida en el centro fue Benigna Hernández Barroso- aunque pronto se cubrió el centenar de plazas con que contaba el colegio-asilo del Juncarejo.

Labor educativa y pasto espiritual

Por lo que al proyecto educativo se refiere, abarcaba desde la enseñanza Elemental, Primaria y Superior
-muy esmerada en todos los niveles, según los cronistas de la época- hasta otras disciplinas complementarias tales como “adorno, música y práctica de las propias de la mujer en las faenas domésticas”. Y es que, según las consignas de la Guardia Civil, la enseñanza debía estar orientada a hacer de las niñas “buenas hijas, esposas y madres”. En este contexto, la religión ocupaba un lugar preeminente. Un capellán castrense se ocupaba de la instrucción en este terreno y cuidaba del “pasto espiritual”, como lo llama Baíllo. Así, el reglamento escolar establecía que las niñas debían oír misa diariamente y rezar el rosario cada tarde, en un clima de marcada austeridad que se reflejaba incluso en la alimentación a base de “ración de puchero”.
Contrastaban tanta rigidez y severidad con otras consignas de buen trato para el mejor desarrollo vital y espiritual de las residentes, que la Guardia Civil dio a las religiosas que regentaban el colegio. En este sentido, aseguraban: “[los educadores] deben imponerse por medio del amor y la caridad, ya que con el castigo y el rigor sólo se consigue hacerlos recelosos y tímidos, en vez de honrados y virtuosos”.
Claro que, en este clima de sobriedad y moderación las compensaciones jugaban un papel muy importante. Así se establecieron una serie de premios de fin de curso en forma de cantidades en metálico, que oscilaban entre las 5 y las 25 pesetas, para las más aplicadas. Por el contrario, quienes no alcanzaban los mínimos exigidos eran inmediatamente expulsadas del colegio y encomendadas a la custodia de algún familiar, aunque si sus conductas eran realmente incorregibles podían acabar recalando en hospicios y reformatorios.
Las que cumplían fielmente las reglas de moralidad, honradez e integridad del colegio tenían derecho a permanecer en el mismo hasta los 20 años. Entretanto, las alternativas eran colocarse como costureras, doncellas o cocineras en familias afines a los principios de la institución o seguir formándose en el centro.

El Juncarejo siglo XX

La vida de esta entidad de marcado carácter social no varió mucho en las décadas siguientes. Ni siquiera la llegada de una nueva centuria generó importantes transformaciones en el lento discurso de los días del colegio Marqués de Vallejo. Sólo el estallido de la Guerra Civil, una vez más, resquebrajó la rutina amasada en la cotidianeidad de su medio siglo de existencia.
El parón fue inevitable: las internas se trasladaron a Valencia mientras que la comunidad de Hijas de la Caridad que regentaba el centro se dispersó por todo el país, buscando cobijo en casas de familiares y amigos. Al frente del Juncarejo, reconvertido en hospital de sangre por obra y desgracia de la guerra, únicamente quedó una religiosa, sor Modesta Rojo, de origen portugués.
El cese de las bombas hizo que recuperara la vitalidad perdida. Hasta hubo un acto de reinauguración en 1940. Pero las consecuencias del enfrentamiento bélico también se hicieron notar en el colegio Marqués de Vallejo de Valdemoro que, durante el periodo de posguerra, llegó a albergar 340 huérfanas.
Eran tiempos difíciles. Así, se crea el taller de corte y confección con el objetivo de ofrecer salidas laborales a las residentes más desamparadas, al tiempo que se intenta remontar la poco boyante situación económica con los ingresos que generaba la comercialización de la ropa y el vestuario de la Guardia Civil que confeccionaban las internas.
Precisamente una parte de esos beneficios pasaba a integrar la dote de las residentes que trabajaban en el taller, quienes no podían disponer de la misma hasta que contraían matrimonio o bien en el momento de cumplir los 25 años.
Ya en 1951 la aguja y el dedal dejan paso a los libros y la formación media y superior. El taller desaparece y se fomenta la continuidad académica de las huérfanas, que pueden permanecer en el centro hasta alcanzar la titulación de maestra elemental, auténtico pasaporte para un lisonjero porvenir según la mentalidad de la época. Ahí surgió el Juncarejo como escuela de Magisterio, en la que se han formado profesoras que ejercen su labor didáctica en diferentes puntos de la geografía española.

Nuevos vientos

Superado el ecuador del siglo xx llegaron nuevos vientos a la institución: el pensionado dio paso a las clases externas, en 1986 se convirtió en colegio mixto e incluso el internado dio cabida a huérfanos varones de hasta 11 años de edad y abrió sus puertas a la progenie de otros cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.
Demasiados cambios para que no hicieran mella en la estructura del edificio. Si bien su fachada se ha mantenido indemne, la distribución interna ha experimentado numerosas transformaciones derivadas, en la mayoría de los casos, de la necesidad de adaptar el centro a los nuevos usos y costumbres.
Precisamente los arquitectos encargados de dirigir la reforma descubrieron que una gran viga de hierro atraviesa la zona de dormitorios existente sobre el salón de recreo; un detalle que demuestra que el asilo fue construido a conciencia y que Bruno Fernández de los Ronderos lo proyectó siguiendo unas pautas muy vanguardistas para la época, ya que a finales del siglo xix este elemento constructivo era aún poco habitual.
La última década de los ochenta marcó el punto de inflexión. Los dormitorios de las más de 200 internas que por entonces integraban la comunidad estudiantil del Juncarejo se asemejaban a grandes naves en las que se alineaban hasta cincuenta camas. La reforma que se llevó a cabo en torno a 1980 supuso la creación de habitaciones para dos o cuatro personas y la fragmentación de los grandes cuartos de baño en otros de menores dimensiones, más individuales. Incluso, en los casos en que las canalizaciones y la estructura del inmueble lo permitía, se procedió a integrar las zonas de aseo en las propias habitaciones.
Asimismo, mediada la década de los ochenta, una serie de pequeñas construcciones anejas al edificio principal que se utilizaban como almacenes y lavaderos e incluso como vaquerías fueron derruidas para crear en su lugar un patio con arquerías. Del mismo disfrutan actualmente en los recreos los escolares del centro, al aire libre pero a cubierto de la lluvia y otras inclemencias climáticas.

“La casa pequeña”

También producto de esa remodelación fue la construcción de la denominada “casa pequeña”, más que un edificio, una propuesta de integración de la cotidianeidad familiar en el funcionamiento del internado. Y es que esta suerte de apartamento estaba destinado a fomentar la convivencia de las huérfanas con sus familiares y, especialmente, a estrechar los vínculos materno-filiales en las escasas ocasiones en que recibían la visita de sus progenitoras. Pero la progresiva disminución de las alumnas en régimen de pensionado y la mejora de los transportes pronto pusieron de manifiesto la relativa utilidad de esta pequeña edificación que cada vez pasaba más tiempo deshabitada, hasta que dejó de utilizarse.
La proximidad del nuevo milenio y el progresivo cambio de hábitos trajo consigo también algunas modificaciones dirigidas a reducir las dependencias destinadas a usos residenciales en beneficio de las zonas orientadas a la docencia. Así, a comienzos de 2003 de los casi 500 alumnos de entre 3 y 16 años que cursaban sus estudios en el colegio Marqués de Vallejo, sólo 26 estaban acogidos al régimen de internado, un servicio que desapareció definitivamente en junio de 2004, aunque se ha mantenido la estructura de la zona residencial, en la que aún se conservan intactos los dormitorios, a pesar de que ya en los últimos tiempos éstos habían ido dejando paso a las aulas. De hecho, desde 1998 hasta el año académico 2006-2007 se han habilitado nueve clases más.
Con la desaparición del pensionado acabó también buena parte de la función de las Hijas de la Caridad en el Juncarejo, pues si bien realizaban tareas docentes, la atención a las huérfanas residentes era su principal razón de ser. Así, el 1 de julio de 2005, se dio por finiquitado el convenio de colaboración que esta sociedad de vida apostólica tenía suscrito con la Asociación pro huérfanos de la Guardia Civil que regenta el colegio.
Hoy día el área educativa del Juncarejo, en la que una treintena de profesionales de la enseñanza dan clase a 490 alumnos y alumnas, está constituida por 22 aulas de las que media docena corresponden a Educación Infantil de Segundo Ciclo, 12 a Primaria y las cuatro restantes a Educación Secundaria Obligatoria.
El constante incremento de la demanda de plazas ha hecho necesario aplicar con mayor rigor los criterios de selección que la Asociación pro huérfanos de la Guardia Civil recogió en el reglamento del centro y que dan prioridad, por este orden, a la progenie de los fallecidos de la benemérita, a los hijos de los guardias, a los nietos y, por último, a los descendientes de policías y miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.

Modernas instalaciones en el edificio de siempre

Como es lógico y en respuesta a lo que demandan los tiempos, en los últimos años este centro educativo se ha ido equipando con nuevas dependencias acondicionadas para impartir en ellas disciplinas que se han incorporado recientemente a su proyecto pedagógico: biblioteca, salón de actos, gimnasio, pistas deportivas, polideportivo cubierto, aula multimedia e informática, laboratorio, aula de tecnología y sala de audiovisuales.
Equipamientos todos ellos que son la manifestación misma de la evolución de los presupuestos que sustentan los objetivos del colegio Marqués de Vallejo, aunque sin dejar de lado los principios básicos que marcaron su fundación. En este sentido aspira a ofrecer una formación integral a cada uno de los estudiantes que pasen por sus aulas y, como cualquier otro centro de enseñanza, sigue las directrices que marca la Ley Orgánica de Educación (loe).
A comienzos del tercer milenio resulta tan lejana como trasnochada la finalidad inicial del asilo de hacer de las “huérfanas desvalidas buenas hijas, esposas y madres”, puesto que en el siglo xxi el ideario del colegio se basa en el principio de igualdad y aspira a “formar ciudadanos libres, solidarios, responsables; personas autónomas en paz consigo mismas, que sepan quiénes son y hacia donde se dirige su existencia, que tengan respeto por sí mismas y además sean responsables de sus actos”.
Tanto la modernidad de las instalaciones como la filosofía del actual proyecto educativo del colegio de huérfanas de la Guardia Civil son la prueba tangible de la versatilidad que ha demostrado esta institución.
De los años transcurridos desde aquel lejano día de noviembre de 1885 en que se inauguró el colegio Marqués de Vallejo queda el vasto bagaje de la tradición y una parte del antiguo mobiliario. Así, en el desván del edificio se conservan algunos de los armarios roperos en los que guardaban sus pertenencias las primeras moradoras del asilo del Juncarejo. Con todo, su tesoro más preciado es el reloj que preside la fachada principal del edificio y cuya maquinaria sigue funcionando con exactitud desde que fuera fabricada en Francia allá por 1883 y que ya constituye una auténtica pieza de museo.
También desde el desván se puede aún contemplar la techumbre original de la capilla, a base de listones de madera. Ésta es la única cubierta primitiva que se ha conservado intacta, a pesar de los numerosos trabajos de rehabilitación efectuados en el edificio. Reformas que, por otra parte, sólo han afectado al interior ya que la estructura externa, en esencia, ha permanecido inmutable desde 1885.
Erguido en el horizonte desde su elevada ubicación de privilegio, el colegio Marqués de Vallejo es una figura imprescindible en el paisaje urbano de Valdemoro, como también lo es en la memoria sentimental de los alumnos y alumnas que han pasado por sus aulas y las huérfanas que han dormido en sus habitaciones.

| Datos de interés

| Situación:
Paseo del Juncarejo, s/n.

| Autor y fecha:
Bruno Fernández de los Ronderos, 1880-1885.

| Uso:
Asistencial y escolar.

| Horario:
Escolar.

| Protección:
Dentro del Catálogo de Bienes y Espacios Protegidos del Plan General de Valdemoro (pgv) con protección estructural y de la parcela.

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