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Casa de la Inquisición y Plaza de Autos
Presidiendo la plaza de Autos y entre las calles Cervantes y Luis Planelles se levanta la casa de la Inquisición. Resulta imposible documentar tanto su origen como la fecha de su construcción y sólo se tiene conocimiento de los que fueron sus propietarios desde el último cuarto del siglo XIX. No obstante es posible que el origen de la denominación con la que se la conoce popularmente esté en que alguno de sus dueños tuviese estrechos lazos con el Santo Oficio de la Inquisición. Ya en el siglo XX su distribución característica de casa de labor experimentó una transformación para convertirse en casa de vecindad, hasta que su actual titular la adquirió a finales de los ochenta para devolverle, en gran parte, su estructura originaria.
Texto completo publicado en el libro Edificios que son historia
A propuesta de los Reyes Católicos, la Inquisición española se fundó en 1478. Su objetivo era claro: detectar a los seguidores del judaísmo y del islam que se habían convertido al cristianismo para evitar su expulsión pero seguían sin comulgar con las prácticas cristianas. Años más tarde se centró también en la persecución de los protestantes.
Cuando poco después de su fundación el papado renunció a su supremacía sobre el Santo Oficio en favor de los soberanos españoles, se convirtió definitivamente en un instrumento de control en manos del Estado, cuyos tribunales proliferaron por los cuatro puntos cardinales.
En este contexto los lazos, más o menos estrechos, con esta institución judicial de carácter religioso daban prestigio social, al tiempo que garantizaban la inmunidad en sus procedimientos.
Así fue como en todos los pueblos y ciudades de España surgieron por doquier los denominados familiares de la Inquisición. Eran personas que, previa solicitud para incorporarse a la organización, actuaban como delatores. Para que su petición fuera aceptada debían ser “cristianos viejos, sin raza de moros, judíos ni herejes”; asimismo, tendrían la condición de “hombre honrado, quieto, pacífico y no revoltoso y no haber recibido corona [tonsura], además de estar casado con cristiana vieja de todas partes”, según consta en el artículo Limpieza, poder y riqueza. Requisitos para ser ministro de la Inquisición. Tribunal de Toledo, siglos xvi-xvii, obra de J. P. Dedieu.
Delatores y procesados
Las dimensiones y población de Valdemoro hacían imposible la instalación en el municipio de un tribunal inquisitorial -el más próximo era el de Toledo- pero sí abundaron los penitenciados y los familiares o cargos entre los valdemoreños de la época. De unos y otros hay rastros en el Archivo Histórico Nacional.
La bigamia, los juramentos en vano y ser morisco o judío o simplemente parecerlo, por ejemplo, no comiendo carne de cerdo, eran los principales delitos perseguidos por el Santo Oficio, aunque también había juicios bajo la acusación de ser fornicarios o juradores.
Entre los penitenciados valdemoreños destaca Miguel de Córdoba Hernández, condenado por bigamia en un proceso que se desarrolló desde 1580 a 1582. En uno de los documentos de la sección de Inquisición del Archivo Histórico Nacional se le describe como “un hombre pequeño, delgado y de pocas barbas, de unos 30 años […] hilador de seda y espadador que, siendo casado en Valdemoro, se casó también en Jaén”. El dedo que lo acusó era el de Alonso de Canencia, uno de los familiares inquisitoriales residentes en Valdemoro.
También por bigamia fueron procesados en 1581 los valdemoreños Francisco Díaz y Gabriel Pastor o, ya más tarde, en el siglo xviii, Isabel Sánchez Martínez, condenada por proposiciones.
Entre los aspirantes a familiares del Santo Oficio residentes en Valdemoro están los nombres de Diego Alonso Chacón y María Fernández de Cisneros, que elevaron su petición en 1633, o Manuela García de Ceballos y José Pantoja, que lo hicieron en 1720.
Consagrados ya como acusadores oficiales de la Inquisición estaban ilustres hijos del pueblo, como Antonio Correa El Indiano, un jesuita conocido así popularmente por haber residido en Perú desde finales del siglo xvi. Era un valdemoreño de pro que había fundado una capilla en la iglesia parroquial y, en 1613, el pósito (silo) de trigo o casa panera.
Otro de los notables de Valdemoro que había accedido a la categoría de cargo del Santo Oficio era Antonio Malsepica Correa. Había sido nombrado regidor del concejo en 1685; su buen nombre y su proximidad a los círculos de poder le abrieron las puertas de la institución junto a su esposa, Manuela de Linares, tal y como queda recogido en el Libro de Acuerdos 1686-1692, (amv).
Plaza de autos
Es posible, aunque no está documentado, que alguno de estos eminentes familiares habitara en la hoy llamada casa de la Inquisición. Y que su rastro quedara en el apelativo.
Su ubicación ha engordado la leyenda de que era un recinto tomado por los inquisidores, al considerar que la denominación de la plaza de Autos tenía su origen en la celebración de autos de fe (escarnio público de los penitenciados, durante el que se ejecutaba la condena, que solía acabar en la hoguera). No obstante, estos castigos únicamente tenían lugar en los municipios que contaban con tribunal y éste no era el caso de Valdemoro.
Sin embargo, la plaza de Autos era también el espacio en el que se levantaba el hospital del Corpus Christi, regentado por la cofradía del Santísimo Sacramento, principal organizadora de la fiesta del Corpus. Durante la celebración de la misma, la plaza acogía la representación de comedias sagradas o autos sacramentales. Es más que probable que fuera ésta y no otra la razón que avalara el topónimo de la plaza de Autos.
Don periquito
El hecho de que el presbítero y capellán del hospital de San José, Pedro García Sánchez, propietario del inmueble a comienzos del siglo pasado y más conocido en Valdemoro como Don Periquito, fuera patrono de una capellanía fundada por los Linares y otra por El Indiano, ambos familiares de la Inquisición, hace pensar en la posibilidad de que la casa hubiera llegado a sus manos por herencia.
Ya a finales del siglo xix la titular del caserón era Manuela Sánchez Maldonado, madre de Don Periquito. Era una saga adinerada, con posesiones por todo el pueblo, balcones en la plaza y un panteón familiar fundado por la propia doña Manuela, cuyo hijo se autoproclamaba descendiente del conde de Lerena.
Se desconoce cómo se hizo con el edificio aunque quizá pueda explicarse por el hecho de que en su familia había patronos de diversas capellanías. Una tradición que Don Periquito se empeñó en mantener, optando al patronazgo de varias memorias y desarrollando una gran actividad pública.
La decadencia de Doña Manuela
Incluso en 1914, el Ministerio de Marina edita un libro escrito por él con el título Testamento y memoria de Don Antonio Correa. Memorias y fundación de la fábrica de paños finos de Valdemoro, ilustrado con una foto de la casa de la Inquisición y otra de su venerable madre en el patio del edificio. En la Biblioteca Nacional se conserva un ejemplar del mismo.
Hasta bien entrado el siglo xx Don Periquito residió en el caserón de la plaza de Autos junto a un matrimonio de ayos y Tomás, el hijo de éstos.
Pero Pedro no era el único hijo de doña Manuela; tuvo dos más, Román y Estéfana. Ésta se casó con Bernardo Jiménez Hermosilla y tuvieron tres descendientes, que respondían a los nombres de Pedro, Fernanda y Alejandro. El primero se desposó con Joaquina Laguno González, unión de la que nacieron Estéfana y Fernanda. Ellas fueron las titulares de la casa hasta mediados de la pasada centuria, como también lo eran de una vivienda en la calle Pozo Chico y del panteón familiar que fundara su bisabuela.
Casa de vecinos
Ambas murieron solteras y sin descendencia. Todas sus posesiones las donaron al asilo de San Rafael, que decidió sacar el máximo partido al inmueble transformando el caserón en una casa de vecindad en la que, hacia 1970, llegaron a vivir hasta 17 familias. Para albergarlas se habían tabicado las espaciosas estancias de este edificio de 1.077 metros cuadrados, que constaba “de planta alta y baja, distribuida en varias habitaciones, con corrales y patio”, según refleja el expediente de plusvalía de agosto de 1987 que custodia el Archivo Municipal de Valdemoro. La superficie que ocupa la vivienda ronda los 600 metros cuadrados.
El edificio cuenta con dos puertas, la principal, en la fachada que da a la plaza de Autos, que probablemente en otros tiempos fuera la entrada de carruajes, y la trasera, por la calle Luis Planelles.
En ruinas
En el citado documento se recoge también el “estado casi ruinoso” en que se encuentra.
En esa situación la adquiere su actual propietario, Nicolás Rodríguez Sevillano, que la devuelve en buena parte a su estructura originaria, eliminando los tabiques y la división en pisos independientes.
Actualmente los espacios residenciales se reparten en torno a un patio central porticado, el mismo en el que doña Manuela Sánchez Maldonado posaba orgullosa en el umbral del siglo xx, y el edificio nada tiene que ver con las múltiples leyendas que han florecido en torno a él como consecuencia de su apelativo.
Las argollas en las que ataban a los perjuros, fornicadores, moriscos, judaizantes y bígamos hasta que los responsables del tribunal de la Inquisición con sede en Toledo se hacían cargo de ellos son únicamente producto de la imaginación popular.
| Datos de interés
| Situación:
Plaza de Autos, 11 c/v calle Cervantes c/v calle Luis Planelles.
| Autor y fecha:
Anónimo, Siglo XVII.
| Uso:
Residencial.
| Horario:
Vía pública.
| Protección:
Incluido en el Registro General de Bienes de Interés Cultural del Ministerio de Cultura con la categoría de conjunto histórico y en el Catálogo de Bienes y Espacios Protegidos del Plan General de Valdemoro (PGV) con protección integral.